Reloj de arena
El objeto escogido para nuestro bodegón es un reloj de arena. Este pequeño reloj de arena me trae dos recuerdos en dos momentos diferentes de mi vida. El primero de ellos está relacionado con mi infancia. En horas de la tarde mi merienda consistía en un huevo pasado por agua. Mi tía lo ponía en la candela y me dejaba encargada para que, cuando el agua empezara a hervir diera vuelta al reloj (que tenía una duración de tres minutos) y al final de caer la arena apagara la hornilla. Probablemente fue la primera tarea en mi vida en que me relacioné con la medición del tiempo y su importancia.
El segundo de estos recuerdos es de mi etapa juvenil. Corría el año 1980 y mi esposo se encontraba en Francia realizando su doctorado. Era una época en que no existían los celulares, ni las computadoras, así que nuestra comunicación era a través de cartas que demoraban una eternidad en atravesar el océano y una llamada telefónica que podía pasar en pesos cubanos, pero solo una vez al mes y por tres minutos. Los tres minutos más esperados de todo el mes. Para no perder ese valioso tiempo escribía previamente lo más importante que quería decir y al comenzar la llamada daba vuelta a mi reloj de arena para tener una idea de cómo transcurría el tiempo.
El reloj de arena es una enseñanza de cómo debemos aprovechar ese valioso recurso llamado tiempo, aunque se trate tan solo de tres minutos.
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