
En el año mil novecientos treinta y ocho, emerge una nueva generación de artistas cubanos. Los artistas de este periodo, hijos de los años de frustración tras el fracaso de la llamada “revolución del 30”, tienen otras inquietudes. La preocupación político - social prácticamente desaparece, en cambio predominan los temas urbanos y la nueva iconografía se aleja de la representación pintoresca de la cultura afrocubana. Un buen ejemplo de esa transición del surgimiento a la consolidación del arte moderno en Cuba, es Mario Carreño, que comienza buscando la modernidad en tierra mexicana, hasta llegar a un nuevo clasicismo decididamente americano.
Una característica general de esta pintura será el intimismo, la búsqueda de espacios interiores, cerrados, como se puede apreciar en algunos de los cuadros de Mariano y de Portocarrero de los años cuarenta.
Con acento íntimo y nostálgico, sin abandonar cierto tono inquisitivo, donde también sitúa a la mujer, Rene Portocarrero, se remite a diferentes expresiones de nuestro hábitat, costumbres y tradiciones religiosas. Desde una estética inicialmente más figurativa y bajo la influencia del muralismo mejicano, Mariano Rodríguez, se inserta también en la atmósfera de recogimiento espiritual concediéndole especial atención al universo femenino. A esta etapa le seguirán importantes ciclos pictóricos, donde aparecen sus gallos, guajiros, paisajes, y naturalezas muertas.
Cundo Bermúdez es otro de los artistas que se suma a este grupo, encuentra su camino definitivo entre la representación y la abstracción, usando audaces combinaciones de colores opuestos.
Wifredo Lam, es un caso singular, su vinculación con la vanguardia española desde 1923, y sobre todo sus relaciones con el movimiento surrealista y con Picasso, lo mantuvieron en una órbita aparte del vanguardismo cubano. Llega a Cuba, procedente de París, y va a profundizar en los mitos y leyendas afrocubanas. Logró, aglutinar, como en su propia sangre, estaba el chino, el negro y el español, ese mensaje de cubanía.
Su obra maestra El Tercer Mundo sintetiza las ganancias de las dos décadas anteriores en una poderosa imagen poética, capaz de conmover y convertirse en símbolo de los pueblos oprimidos.




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